El feto como logo postmoderno

miércoles, 25 de noviembre de 2009

"El domingo por la mañana puse la televisión, La 2, “la de todos”, ¿recuerdan? Y me encontré con un programa antiaborto. Un programa que el Gobierno regala a la iglesia católica por la cara, en la tele pública para que durante un buen rato un cura nos diga que la iglesia está discriminada. Bueno, a lo que vamos, la presentadora despidió el programa enseñando a la cámara ese fetillo de plástico que es como el logo del movimiento antiaborto. Ya habíamos visto a ese fetillo en las calles el día de la manifestación y desde entonces aparece por todas partes. Yo tuve en mis manos uno que me entregó una chica muy pía y muy limpia a la salida de misa (salía ella, no yo; yo pasaba por allí). Lo tiré al suelo muy furiosa y ahora me arrepiento de no haberlo guardado porque el fetillo de plástico es todo un icono de la postmodernidad. Es un éxito, un milagro podríamos decir, del merchandising.

Hace un par de semanas en el programa La Noria, la antiabortista y gran teórica Isabel Durán mostraba ese mismo fetillo a sus oponentes de la misma manera que se mostraría un diente de ajo frente a un vampiro, mientras gritaba: “¡Esto es un feto de doce semana!”. De haber estado yo allí sentada, (ya me hubiera gustado), le hubiera dicho: “No, eso no es un feto de dos meses, es un muñeco de plástico”. No estoy afirmando una boutade, sino precisamente haciendo notar lo fundamental de este asunto, porque si ese muñeco fuera un feto lo que estaríamos viendo en realidad sería a una mujer; a una mujer real y con voz, con opiniones y derechos, un ser humanos con sus dolores, con sus preocupaciones y sus necesidades. Un ser humano capaz de tomar decisiones, un ser humano con historia, con su propia historia. El embrión no existe sin nosotras, aunque a nosotras se nos haya hecho desaparecer.

La teórica estadounidense Petchesky ha escrito mucho de la imagen de ese feto que han inventado los antiabortistas y que aparece siempre aislado de la mujer que lo porta; y lo ha definido como una de las campañas mejor diseñadas de la historia. El feto como marca, como icono de la cultura popular, como un fetiche de la postmodernidad. Esa imagen exitosa ha conseguido plenamente su propósito: suplantar a la mujer, invisibilizarla, borrarla. El feto nunca aparece en donde verdaderamente está, en el vientre de una mujer. Una mujer que tiene rostro, que tiene una vida, una historia, que tiene algo que decir, y quizá algo que contar acerca de cómo ha llegado a estar embarazada. Una mujer que puede llegar a decir lo que no quieren permitirle que diga: “Mi vida es mía, mi cuerpo es mío”.

El feto se impone sobre la embarazada, de alguna manera la posee y la domina. Ella le porta a él de manera pasiva y él es el que tiene que nacer a costa de lo que sea. El feto nos ha suplantado y se ha instaurado una especie de fetocentrismo fuera del útero. La embarazada es sólo un espacio vacío que se llena de algo que casi se presenta como ajeno y que la domina, y que se impone a su vida. Se ha roto la frontera entre embrión y bebé. Un embrión se presenta siempre como un bebé indefenso y solo, mientras que la mujer ya no es nada, ni se la ve, ni se la escucha, ni existe. En realidad es una incubadora que no tiene nada que decir sobre su propia vida, sobre su cuerpo, sobre lo que ocurre en su cuerpo. Haber dejado que el fetillo nos haga desaparecer ha sido un éxito que se han apuntado los que quieren controlar nuestras vidas para que sean menos nuestras y más de ese orden que quieren (re)instaurar. No podemos dejar que ese fetillo de plástico nos borre, así sin más."


Beatriz Gimeno es escritora y ex presidenta de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales.

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El aborto de las menores: otra falsa polémica

martes, 27 de octubre de 2009

Por su interés reproduzco aquí un interesante análisis legal de la cuestión firmado bajo el pseudónimo de Jacobo Dopico por un comentarista del blog de Wyoming. Sin duda resulta muy esclarecedor.

  1. La Ley General de Sanidad, vigente hasta 2002, decía: si un menor es maduro (o sea: si entiende el significado de la intervención, sus posibles secuelas y las consecuencias de NO adoptarla), sólo él puede prestar consentimiento a una intervención médica. Esta regla regía para cualquier intervención médica. También para abortos legales.
  2. La Ley de Autonomía del Paciente (2002 - PDF) decía lo mismo pero introducía una extraña excepción: el artículo 9.4, que decía que en materia de Interrupción Voluntaria del Embarazo, la prestación del consentimiento seguiría ”lo establecido con carácter general sobre la mayoría de edad”.
    1. Parece claro que querían hacer una excepción y obligar a que sólo los padres pudiesen consentir.
    2. Pero fueron tan burros que no lo hicieron. Se remitieron a otra normativa: ”lo establecido con carácter general sobre la mayoría de edad”.
    3. ”Lo establecido con carácter general sobre la mayoría de edad” está recogido en elart. 162 del Código Civil: Los padres representan a los menores salvo en ”Los actos relativos a derechos de la personalidad u otros que el hijo, de acuerdo con las leyes y con sus condiciones de madurez, pueda realizar por sí mismo”. Nadieduda que el aborto está ahí incluido.
    4. Cómo hacer un pan como unas tortas: quisieron inventar un régimen especial para el aborto, pero se remitieron al régimen general del Código Civil… que no es tan BESTIA como para permitir que un padre decida sobre el cuerpo de una adolescente.
    5. Esta es la solución que en EE.UU. rige desde la sentencia Planned Parenthood, y la que rige en el mundo civilizado (la duda es a partir de cuándo se considera que una menor es una ”mature minor”).
  3. ¿Y qué hace el Anteproyecto? Eliminar la mención al aborto del art. 9.4. Eliminar laaparente excepción (que no funcionaba como tal). En materia de minoría de edad, el Anteproyecto pretende devolvernos a la situación previa a 2002. Nada nuevo. El art. 9.4 de la Ley de 2002 es un pestiño en el que se ha ciscado todo Dios, así que lo elimina. Esto significa que decide la menor si es madura. Si no, deciden los padres. Por encima de 16, siempre la menor. Y esto es impepinable. Imagínense ustedes la alternativa, si pudiesen decidir los padres:
    1. ¿Imaginan qué horror que un padre pudiese obligar a una menor a abortar contra su voluntad porque había sido violada?
    2. ¿Imaginan qué horror que un padre pudiese obligar a una menor violada a continuar su embarazo, a alterar física, química y anímicamente su cuerpo hasta someterse a un parto o a una cesárea (intervención quirúrgica)?
      • Son actos de violencia inimaginables en un Estado de Derecho (sólo hay un caso en que los padres podrían someter a la menor madura al aborto, y es la misma excepción que en el resto de los tratamientos médicos: cuando es la única solución para evitar su muerte).
    3. Como ven, hasta ahora no se ha dicho ni Pamplona sobre si los padres deben serinformados o no. Sólo se trata quién decide. Lo que dice la prensa a este respecto es basura.
      1. Un padre no puede aspirar a decidir sobre el cuerpo de la menor. Pero sí puede aspirar a ser informado sobre extremos muy importantes de la salud física o psíqui ca de la menor.
      2. Hay abortos y abortos. Así, abortos antes de las 7 semanas s uelen ser meramente farmacológicos y aproblemáticos desde casi todo punto de vista: no parece que sea algo que deba ser comu nicado al padre. Pero las cosas cambian a partir de ahí. No es irrazonable pretender estar informado de una intervención abortiva sobre la propia hija, aunque sea ella quien decida.
      3. Ocurre, no obstante, que a veces las hijas se pueden ver intimidadas por la comunicación a los padres. Habría que introducir en la ley la regulación del derecho a conocer de los padres, y cuándo una menor puede eludirlo. En esos casos, los servicios sociales deberían sustituir a los padres, acompañando a una menor a través de un proceso que puede ser muy duro para ser atravesado a solas.
      4. Pero en Igualdad no quieren ni oír hablar de colaborar con los servicios sociales… porque no se fían de las Comunidades del PP, en especial Madrid y Valencia.
    4. Da vergüenza oír a gente del PSOE decir ”es que si mi hija decidiese abortar sin consultar conmigo…”: La ley no trata de eso, desinformado. Léete el anteproyecto de tu propio partido, irresponsable.
    5. Da vergüenza oír el trato que la gente del PP ha dado a una cuestión tan delicada. Zapatero metió fetos-bomba en los trenes del 11-M para que mintiesen sobre los trajes de Camps. Esta gente deberá pagar algún día.
    6. Da vergüenza ver cómo el texto salido de Igualdad no ha pretendido buscar el consenso (que sí era posible), sino que ha pretendido hacer una Ley-Proclama. Las leyes deben reflejar el sentir social. El sentir social es, más o menos, el que contiene la ley, que técnicamente en este punto está bien. Pero el tono general de la exposición de motivos es de un ”trágala”. ”Trágala, Conservador”. Qué falta de responsabilidad política: con eso están metiendo directamente en la batalla electoral una cuestión de capital importancia y enorme delicadeza (abortos de menores). Con esto no se juega, irresponsables. ¿Que el PP iba a hacerlo antes o después? No sé. Pero se lo habéis puesto a huevo. Y desde el punto de vista estratégico, van ganando (si lo hubieseis planteado bien, no irían ganando). En Igualdad tienen buenos asesores técnicos, pero la dirección política es patética.
  4. Los conflictos entre padres e hijas en este aspecto son poco conocidos, como todo lo que se esconde tras las paredes del domicilio familiar… Pero os sorprendería saber que la mayoría de los casos de los que tienen noticia en los centros médicos, las presiones paternas (incluyendo amenazas, etc.) son ¡para que la menor aborte!

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Asistencia a la procesión antiabortista

lunes, 19 de octubre de 2009

... Para finalizar con este esperpéntico asunto vamos a mostrar una vez más como la mentira y la manipulación de la opinión pública es la labor principal a la que se aplican las mentes pensantes antiabortistas.

Los llamados bailes de cifras suelen ser habituales e incluso comprensibles en el recuento de una manifestación. Al no aplicarse por las instituciones oficiales un método científicamente riguroso de hacer la cuenta, ésta queda al albur de las estimaciones a ojímetro de unos y otros, lo cual abre la puerta de par en par a la manipulación del recuento en función de intereses propagandísticos. No olvidemos que una manifestación es, precisamente, un pulso a las instituciones públicas de las que se reclama una atención no alcanzada mediante procedimientos ordinarios (elecciones, contenciosos administrativos, judiciales, etc.) Esta lucha abierta parece legitimar el uso de estrategias no demasiado ortodoxas, como el uso de la fuerza (destrozos del mobiliario público), de la calumnia (mediante discursos incendiarios y/o ofensivos para enfervorecer a las masas) y, sobre todo, de la mentira. En este paréntesis de la cotidianidad democrática se establece una especie de "todo vale" donde sujetos que por separado no cambiarían ni un jarrón de sitio, en manada, sin embargo, se sienten embargados de una autoridad cuasi religiosa ante la que sus congéneres deberían arrodillarse y rendir pleitesía; al menos mientras que la autoridad policial, literalmente, no los detenga a porrazos.

Ahora bien, hasta hace unos años las horquillas de participación solían mantenerse en un rango que, por decirlo así, no atentaba escandalosamente contra el sentido común y la inteligencia de una persona corriente. Se daba por supuesto, sin más, que unos estimarían a la baja y otros al alza en función de que se adscribieran a las ideas o intereses de las administraciones públicas o de los manifestados, respectivamente.  El punto de inflexión se produjo con la comprensión por parte de la derecha de que la democracia había llegado para quedarse, y que, aunque el poder de mantener su status quo seguía residiendo en buena parte en el control directo que mantienen sobre los poderes fácticos de nuestra sociedad (el económico, el educativo, el religioso, el político y el mediático), sin embargo había medidas a las que no podrían plantar cara a medio y largo plazo si no llevaban a cabo una verdadera lucha social con la que lograr el apoyo de grandes masas de población que no compartían (aún) su clase e intereses. Se inició entonces la caza del tonto útil en la jungla de cristal.

Este afán de los reaccionarios por situarse detrás de una pancarta no surgió espontáneamente en su acomodadas sienes. Tuvieron que recabar a su causa antiguos marxistas totalitarios sobrevenidos a burgueses para que se sacudiesen el polvo de confesionario -que no la caspa- y se decidieran finalmente a recuperar lo que ya fuera de su propiedad durante el reinado del terror franquista. La explosiva mezcla de técnicas revolucionarias con el tradicionalismo cavernario ha terminado dando por resultado unas estrafalarias procesiones familiares donde los tronos se sustituyen por pancartas y globitos, la guardia civil por niños de papá investidos con la autoridad de un peto fluorescente, la misa del gallo por mitines musicales, y el Cristo y su madre por Aznar y su señora.

Todo este aquelarre alcanza su punto álgido, su verdadera justificación, en la destilación que las fuerzas y medios convocantes y afines hacen del recuento del número de asistentes. La cifra deberá coincidir exactamente con la deseada y anticipada durante semanas o meses antes, y su demostración no requerirá más que del criterio de autoridad de quien la establezca. La consigna es que cada una de las convocatorias debe ser inexorablemente la manifestación más multitudinaria de la historia de España y lo contrario será condenado irremediablemente a la herejía. De esta manera empezamos a tener que tragarnos, atónitos, asistencias millonarias imposibles física y metafísicamente de aceptar, pero por lo visto moralmente necesarias pues estabamos ni más ni menos que ante el desarrollo de un plan escatológico por el que la pervertida y condenada España iba a recuperar , por obra y gracia de María y del Niño Jesús, las esencias enajenadas para restituirse de nuevo en faro de la Cristiandad. El último gran movimiento antiabortista habría, de este modo, logrado reunir a 2.000.000 de almas (Intereconomía), 1.500.000 (organizadores, Telemadrid, Libertad Digital), o 250.000 (policía); cifras todas ellas dadas sin cotas de error y, por tanto, científicamente insignificantes a parte de racionalmente inasumible (supondrían densidades de entre 40 y 20 personas por metro cuadrado).

He aquí que el chollo se les ha acabado a estos mentirosos compulsivos a raiz de un par de iniciativas de corte racionalista. La primera de ellas lleva por nombre "El Manifestómetro", y acometió la tarea de medir a pie de asfalto las verdaderas concentraciones de individuos por área así como su extensión para con ellas estimar indirectamente la horquilla de asistentes. La otra ha surgido últimamente de mano de la iniciativa privada y se hace llamar "Lynce". La metodología de ésta última es aún más certera pues no estima sino que cuenta una por una, mediante una aplicación informática de reconocimiento óptico, el número de cabezas existentes en imagenes cenitales de las concentraciones. Con la introducción de esta herramienta se inicia auténticamente el recuento significativo de asistentes por estar sus datos enmarcados en sus correspondientes márgenes de error, algo que los aspirantes a teólogos y seminaristas de los medios confesionales no podían contemplar al estar acostumbrados a manejar conocimiento infalible, ergo falso.

La conclusión ha sido devastadora: de los 2.000.000 invocados por los antiabortistas sólo se manifestaron 55.318 en la realidad. ¡36 veces menos! Para que se hagan una idea: si fuera producto del error habría sido equivalente a confundir un guisante con una sandía; lo cual significa que nada de error y sí mucho de sinvergonzonería. A esta indecente manipulación de los hechos lleva el fanatismo y el maquiavelismo ilimitado. Querían usar la democracia para sus intereses y para ello no se les ocurrió mejor manera que tiranizar a los números retorciéndolos a su antojo y capricho hasta el punto de la parodia.

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¿Tiene el nasciturus derecho a la vida?

sábado, 17 de octubre de 2009

Los antiabortistas usan la mentira como arma propagandística en el convencimiento de que ningún medio es inapropiado para defender el fin máximo: el valor de la vida. Ignacio Arsuaga, líder de la organización antiabortista HazteOir (relacionada por algunos con El Yunque, organización terrorista mejicana de ideología ultracatólica) usa este arma revolucionaria para responder a una pregunta planteada en el chat reseñado en el anterior post:

P: "Entiendo su postura, pero ¿no creen que va en contra de la ley? (Carmen)"


R: "La Constitución reconoce el Derecho a la Vida, incluido el del nasciturus, y así lo reconoció el Tribunal Constitucional en 1985. La Ley no puede autorizar matar a un inocente."

Ante semejante patraña, un pequeño recordatorio de lo que ha dictaminado el Tribunal Constitucional español con respecto al derecho a la vida del nasciturus:

Sentencia 53/1985: ”...los argumentos aducidos por los recurrentes no pueden estimarse para fundamentar la tesis de que al nasciturus le corresponda también la titularidad del derecho a la vida”

Sentencia 212/1996: ”El art. 15 C.E., en efecto, reconoce como derecho fundamental el derecho de todos a la vida, derecho fundamental del que, como tal y con arreglo a la STC 53/1985, son titulares los nacidos, sin que quepa extender esta titularidad a los nascituri: Así, «los argumentos aducidos por los recurrentes no pueden estimarse para fundamentar la tesis de que al nasciturus le corresponda también la titularidad del derecho a la vida» (fundamento jurídico 7.)”

Sentencia 116/1999: ”...cumple recordar que ni los preembriones no implantados ni, con mayor razón, los simples gametos son, a efectos, «persona humana», por lo que del hecho de quedar a disposición de los bancos tras el transcurso de determinado plazo de tiempo, difícilmente puede resultar contrarío al derecho a la vida (art. 16 C.E.) o a la dignidad humana (art10.1 C.E.).”

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