Justicia y necesidad

viernes, 19 de junio de 2009

... La organización defensora de los animales PETA ha criticado al Presidente de los EEUU por haber fulminado de un manotazo a una mosca durante el transcurso de una entrevista televisada, lo que ha levantado cierto revuelo. Cuando los sustancialistas se ocupan del problema ético del trato a los seres vivos no humanos surgen dos corrientes, los "vitalistas" y los "humanistas". Para aquellos -entre los que se encuentran los miembros de PETA- la vida es objetivamente un valor, y Obama ha actuado objetivamente mal. Para éstos, sin embargo, la única vida objetivamente valiosa es la humana, y les llega a causar hilaridad que alguien se escandalice por la eliminación de un insecto. Como resulta habitual en ésta postura última, se ha echado mano del recurrente argumento de contraejemplificar mencionando los casos de todas esas vidas no humanas que son eliminadas cotidianamente sin que ello provoque cargo de conciencia alguno.

De ninguna de esas posturas resulta una teoría ética sostenible. Lo malo de lo que ha hecho Obama no es que una mosca haya muerto, sino haber tenido que llegar a matarla. Ahí reside el meollo ético de este asunto. Me parece magnífico que los de PETA no se limiten a condenar el acto, sino que se esfuercen en proponer cómo se podría haber solventado el problema salvaguardando la integridad del insecto, demostrando con ello que su interés en la vida animal es sincero y no una mera pose ideológica con la que atizar a diestro y siniestro. Aunque haya quien se lo tome a risa este es un asunto muy serio, porque el dinamismo de la creación ética se conduce en relación a valores, y no podemos devaluar la vida aunque sea la del ser más insignificante. Puede que no haya más remedio que cometer una mala acción para zanjar un problema, pero nunca caigamos en la trampa de justificar esa sumisión a lo necesario, al "no haber más remedio", porque estaremos haciendo un flaquísimo favor al proyecto más grande de la humanidad, como es el de crear opciones buenas en la realidad y darnos la posibilidad de elegirlas.

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De excrementos antiabortistas y otras secreciones mentales

miércoles, 20 de mayo de 2009

... En el ciclo de conferencias sobre el legado de Darwin celebrado en Sevilla hace unos días narraba Alberto Vazquez Figueroa el increíble caso del "hombre-mono", un híbrido de madre humana y padre simio cuya quimérica calavera exponía con orgullo cierta tribu africana en lo alto de una choza para disfrute de los turistas. Pensaba yo mientras tanto qué consideración moral les merecería a los creyentes en una ética sustancialista la matanza de este ser a caballo entre dos especies. Ajenos a dicha paradoja, los antiabortistas han vuelto a saltar a la yugular de la Ministra de Igualdad a raiz de sus últimas declaraciones, donde afirmaba que "[el embrión] es un ser vivo, pero no es un ser humano".

Aunque la señora Bibiana Aído no sea ni mucho menos una luminaria del pensamiento occidental, hay que recordar la vieja máxima de que la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero. ¿Es razonable dicha afirmación? A medias. Expliquemos por qué.

La expresión linguística de la cuestión tal y como la plantean los antiabortistas es intencionalmente ambigua y puede ser respondida tanto afirmativa como negativamente, en función de la interpretación que prime. Una cosa es ser “humano” -esencia- y otra muy distinta el “ser ” humano -existencia. El embrión, el espermatozoide o la caca son humanos en tanto se les atribuye esencia humana y no perruna o caprina. Sin embargo de ahí no se deduce que al espermatozoide, el embrión o la caca humanas haya que reconocerles humanidad y, consecuentemente, Derechos Humanos. La dignidad se le reconoce al “ser” humano, es decir, no a lo que se le predica la humanidad como atributo, sino lo que es sustantivamente humano, al sujeto humano, o incluso mejor, a la existencia humana. Cual sea el modo de ser auténticamente humano es la verdera cuestión.

Los antiabortistas usan dicha ambigüedad para plantear a renglón seguido la falaz contradicción que repiten una y otra vez en forma de pregunta capciosa -si un embrión no es un ser humano, ¿entonces de qué especie es?- que, como hemos visto, remite a la interpretación esencialista de la fórmula "ser humano" (de cuya respuesta se encarga la ciencia) y no a la interpretación existencialista, que es la que involucra a la filosofía y preocupa a la ética.

Directamente relacionada con la disquisición anterior se encuentra las presunta evidencia incontestable que enarbolan los antiabortistas cuando hablan del ADN humano (antes alma) y lo presentan como el sustrato de la dignidad, del cual cuelgan todos los valores morales. Se trata de una impostura, pues nada hay de moralmente relevante en determinada configuración de una cadena de ácido desoxirribonucleico tal y como pretenden los antiabortistas, sino que, en sentido inverso, partimos de la noción o fenómeno moral de “la humanidad” ya dado por el contexto cultural y es desde esa plataforma que, cuando nos proponemos hacer ética, buscamos una propiedad universalizable con la que catalogarla, que podrá ser el ADN u otra cosa. Pero decir que un ser es digno porque tiene determinado ADN es como decir que un excremento es bellísimo porque lo defecó Picasso. Un sinsentido completo.

Lo que ocurre es que al bajar a la realidad a corroborar nuestros prejuicios encontramos lo que previamente hemos puesto nosotros en ellos. Por ello la ciencia, la biología o la genética son disciplinas que no tienen nada que decirnos sobre lo que es “ser” humano y lo que no es serlo. Una vez definida la humanidad podemos detectar a posteriori lo “humano”, pero no podemos encontrar lo que es “ser” humano mirando por un microscopio una cadena de ácido desoxirribonucleico ni ninguna otra cosa.

Sin embargo, la ciega ética sustancialista, como una máquina de Turing desbocada, no encuentra razón suficiente para detener esta descontextualización de la noción de humanidad, que acaba llevándola hasta el absurdo de tener que considerar que el contenido de una placa de Petri tiene el mismo valor moral que un padre de familia. El concepto de posibilidad, de potencia, les sigue confundiendo de tal manera que incluso dudan de que no se pueda trepar a una semilla de roble para huír de un oso. No entienden que la existencia de la bellota y no la idea platónica de Roble constitiuya el verdadero ser de la bellota, con respecto al cual se conduce todo ente sensato. Por eso los cerdos, que son el colmo de la sensatez, comen bellotas y no robles.

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Cría buitres...

martes, 7 de abril de 2009

"Ayer, incluso, la sustituta de Losantos en Semana Santa indicó que no podían dar paso a las llamadas del contestador, porque la mayor parte contenían insultos y descalificaciones contra la propiedad de la cadena." (Publico.es)

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¿Por qué nadie defiende a los no fecundados?

domingo, 29 de marzo de 2009

... Ya está bien de mirar para otro lado mientras delante de nuestras narices son asesinados cada día millones de seres humanos no fecundados tirándolos a la papelera del váter. ¿Qué culpa tienen esos inocentes de que no haya podido llegar un espermatozoide a la trompa de Falopio? La mujer es responsable de que cada uno de sus gametos no logre seguir desarrollándose como dicta su naturaleza, ya que no hace todo lo que está en su mano por asegurar su derecho a la vida. La figura legal correspondiente es la negligencia con resultado de muerte, y se castiga en el caso de los niños nacidos.

En este caso no puede culparse a ningún tercero. Es la mujer la que se cree con la libertad de decidir por sí misma si yace o no con varón, a sabiendas de que una negativa supondrá una segura condena de muerte para su óvulo. Si pudiéramos oirlo, el ovocito nos pediría a gritos las sustancias que le aporta el espermatozoide y que necesita para empezar a dividirse y crecer, de la misma forma que un cigoto reclama las sutancias que le aporta la sangre materna para llegar a la etapa de embrión, y de ahí hasta la de feto y más.

La vida humana se desarrolla sin solución de continuidad desde la producción de los gametos masculino y femenino hasta la muerte, a pesar de que en las primeras etapas la distancia entre éstos sea mayor que en el momento de la fecundación. Ello no es excusa, puesto que la física nos enseña que siempre existe espacio entre las partículas, incluso en el seno de la materia más densa. ¿Vamos a discriminar a un no fertilizado por el mero hecho de que la distancia entre los cromosomas de cada pareja es unos órdenes de magnitud mayor que cuando el espermatozoide logra penetrar en el núcleo del gameto femenino? ¡La distancia no puede ser excusa para matar óvulos y espermatozoides que no han tenido la ocasión de acercarse! El niño de la imagen no es más que un óvulo al que se le ha proporcionado lo que necesita para desarrollarse. ¿Cómo podemos matarlo sin remordimientos?

La moral no puede hacer discriminaciones por razones de espacio, puesto que la dignidad es algo intrínseco a la condición humana que no depende de tamaños o distancias. ¿O acaso un óvulo no tiene condición humana? ¿Puede, acaso, llegar a dar un hipopótamo? No, o muere o llega a dar un bebé como el del cartel de la campaña antiabortista de la Conferencia Episcopal Española. ¿Qué tipo de sociedad enferma es la que se lava las manos ante semejante diatriba? Los que somos coherentes con la cultura de la vida y despreciamos la cultura de la muerte debemos condenar y condenamos la eliminación de toda potencialidad humana desde su origen auténtico.

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