Ateísmo y maldad

jueves, 5 de marzo de 2009


... La tradición judeocristiana muestra una doble concepción del mal. Por un lado la herencia helénica lo considera una sustancia, un eidos, de manera que habría personas y actos objetivamente perversos por participación de esa Maldad de la que se ocupaba el intelectualismo moral. Por otro lado tenemos una perspectiva más existencialmente auténtica, y es la que personaliza al mal, la que lo bautiza y le atribuye comportamiento humano, un alma viva. Satanás miente, conspira, trabaja para que sus designios triunfen. Es pura voluntad de poder, de supervivencia. Se transmite porque quiere perpetuarse y expandirse hasta ocupar todo el espacio disponible, como un virus o un gas.

Los ateos también podemos percibir a nuestro alrededor el aliento del Maligno del que nos previene la experiencia judeocristiana. Actúa como una enfermedad infecciosa que se transmite mediante buenas intenciones, adanismo, vagueza y estupidez, y por eso hay que mirar a sus víctimas con compasión pero también con recelo, ya que en el seno de un organismo social débil pueden acabar expandiendo el odio, el recelo y la mezquindad por doquier aún sin proponérselo. De todos nosotros -los que aún no estamos enfermos de dolor- depende que vuelvan a la senda del sentido común quienes, como los padres de Marta del Castillo, han sufrido el zarpazo del mal, y que los asesinos de su hija no consigan también asesinar nuestros valores y nuestro superior modo de vida.

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