La falacia del hombre de paja en la discusión del aborto

miércoles, 18 de marzo de 2009

... Últimamente resulta frecuente escuchar a los antiabortistas esgrimir argumentos cuya validez provendría de una supuesta autorización científica. Han asumido lo que Marina llama el principio ético de la verdad, núcleo duro del laicismo, y según el cual para defender una postura en el ámbito público -y, sobretodo, en aquellas cuestiones que afectan a terceros- no basta con apelar a verdades de fe legitimadas por una autoridad religiosa o a otras evidencias privadas. La asunción inconsciente e involuntaria de este principio les lleva a buscar el prestigio de las verdades universales que nos proporciona la actividad científica con el fin de sostener sus posturas.

El más repetido de esos argumentos/mantras es aquel según el cual el embrión, desde el momento de su concepción, es un ser vivo, lo cual es tomado como evidencia más que suficiente para zanjar a su favor toda discusión en torno al derecho del nasciturus a engendrarse e incluso llegar a nacer en contra de la voluntad de quien tiene que engendrarlo, parirlo y cuidarlo. Se trata de una falacia comúnmente conocida como "del hombre de paja", y que consiste en contraargumentar implícita o explícitamente una tesis que no ha sido formulada por el interlocutor. En este caso, la falsa tesis sostendría la inexistencia de vida antes del nacimiento, siendo la vida el fundamento de todo derecho, y por ello el aborto jamás podría considerarse asesinato. Una vez demostrado lo contrario, se habría conseguido justificar la incriminación de las mujeres como autoras de un horrendo crímen.

Sin embargo, ningún partidario serio del aborto sostiene semejante majadería. La vida no empieza con el nacimiento, como es obvio, y, de hecho, tampoco se genera en la concepción, como sostiene el reciente Manifiesto de Madrid firmado por decenas de científicos, retóricos, moralistas y leguleyos en comunión con la Santa Madre Iglesia. Aunque huelga decirlo, la vida surgió hace al menos 4.000 millones de años y desde entonces se ha transmitido ininterrumpidamente hasta nuestros días. Como doy por supuesto que estos señores toman antibióticos, es decir, destruyen a la vida en su forma bacteriana (que es mayor, más compleja y más autónoma que los preembriones por los que se rasgan las vestiduras) y sospecho que comen opíparamente (toman hongos, plantas y animales sacrificados), ergo su sensibilidad moral se limita a la vida humana, me pregunto: ¿por qué defienden una fase de la vida humana y no cualquier forma de vida humana? ¿Es que el espermatozoide y el óvulo no son humanos? ¿O no los consideran seres vivos? ¿No han visto nunca como el espermatozoide agita su flagelo ávido de perpetuar su código genético único e irrepetible? ¿Habría que prohibir, en coherencia con el discurso antiabortista, las poluciones nocturnas y el ciclo menstrual?

Los antiabortistas que hayan llegado hasta aquí todavía no se habrán percatado de la dificultad de salvar estas consecuencias de sus planteamientos, y alegarán que es una barbaridad comparar un espermatozoide a un óvulo fecundado. ¿Pero, por qué? ¿Qué tiene el segundo que le falte al primero? ¿Más ácido desoxirribonucleico? ¿Qué moralista sería tan estúpido como para colgar la validez de los principios y valores de su teoría moral en la composición química o la cantidad u orden de bases nitrogenadas existentes en el interior de un núcleo celular? Si mañana nos visitase una civilización extraterrestre que amistosamente nos concediese la cura del cáncer, la fórmula de la fusión fria y el fin del hambre en el mundo, pero cuya biología funcionase a partir de la química del silicio, ¿los exterminaríamos sin remordimientos? Sin irnos a la moral ficción, ¿podemos seguir considerando prójimos sujetos de compasión a los individuos que, aquejados de Sindrome de Down, no tienen 22 pares de cromosomas (sufren trisomía en el par 21)? Es más, si cada individuo de los que pululan por nuestro entorno tiene una huella genética distinta, ¿cuál de ellas se corresponde a la del ser humano fetén? ¿Cuál es el gen, la molécula o el elemento químico donde reside la dignidad humana?


La ingenuidad de los sustancialistas judeocristianos, que sueñan con racionalizar su moral fundándola en las propiedades objetivas de las cosas, sigue sorprendiéndome. Se trata de un barco conceptual que se hunde al que se encuentran amarrados por falta de una reforma teológica muy profunda en los dogmas e instituciones a las que deben servidumbre. Mientras tanto tratan de colar de tapadillo su mercancía defectuosa en la sociedad laica, vistiendo la superstición del alma con los ropajes de la genómica. Han cambiado una sustancia por otra sin realizar el más mínimo análisis fenomenológico de la idea de res cartesiana, con lo que toda su moral se basa en una ontología errónea y una hermenéutica ciega para sí misma.

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