Asistencia a la procesión antiabortista

lunes, 19 de octubre de 2009

... Para finalizar con este esperpéntico asunto vamos a mostrar una vez más como la mentira y la manipulación de la opinión pública es la labor principal a la que se aplican las mentes pensantes antiabortistas.

Los llamados bailes de cifras suelen ser habituales e incluso comprensibles en el recuento de una manifestación. Al no aplicarse por las instituciones oficiales un método científicamente riguroso de hacer la cuenta, ésta queda al albur de las estimaciones a ojímetro de unos y otros, lo cual abre la puerta de par en par a la manipulación del recuento en función de intereses propagandísticos. No olvidemos que una manifestación es, precisamente, un pulso a las instituciones públicas de las que se reclama una atención no alcanzada mediante procedimientos ordinarios (elecciones, contenciosos administrativos, judiciales, etc.) Esta lucha abierta parece legitimar el uso de estrategias no demasiado ortodoxas, como el uso de la fuerza (destrozos del mobiliario público), de la calumnia (mediante discursos incendiarios y/o ofensivos para enfervorecer a las masas) y, sobre todo, de la mentira. En este paréntesis de la cotidianidad democrática se establece una especie de "todo vale" donde sujetos que por separado no cambiarían ni un jarrón de sitio, en manada, sin embargo, se sienten embargados de una autoridad cuasi religiosa ante la que sus congéneres deberían arrodillarse y rendir pleitesía; al menos mientras que la autoridad policial, literalmente, no los detenga a porrazos.

Ahora bien, hasta hace unos años las horquillas de participación solían mantenerse en un rango que, por decirlo así, no atentaba escandalosamente contra el sentido común y la inteligencia de una persona corriente. Se daba por supuesto, sin más, que unos estimarían a la baja y otros al alza en función de que se adscribieran a las ideas o intereses de las administraciones públicas o de los manifestados, respectivamente.  El punto de inflexión se produjo con la comprensión por parte de la derecha de que la democracia había llegado para quedarse, y que, aunque el poder de mantener su status quo seguía residiendo en buena parte en el control directo que mantienen sobre los poderes fácticos de nuestra sociedad (el económico, el educativo, el religioso, el político y el mediático), sin embargo había medidas a las que no podrían plantar cara a medio y largo plazo si no llevaban a cabo una verdadera lucha social con la que lograr el apoyo de grandes masas de población que no compartían (aún) su clase e intereses. Se inició entonces la caza del tonto útil en la jungla de cristal.

Este afán de los reaccionarios por situarse detrás de una pancarta no surgió espontáneamente en su acomodadas sienes. Tuvieron que recabar a su causa antiguos marxistas totalitarios sobrevenidos a burgueses para que se sacudiesen el polvo de confesionario -que no la caspa- y se decidieran finalmente a recuperar lo que ya fuera de su propiedad durante el reinado del terror franquista. La explosiva mezcla de técnicas revolucionarias con el tradicionalismo cavernario ha terminado dando por resultado unas estrafalarias procesiones familiares donde los tronos se sustituyen por pancartas y globitos, la guardia civil por niños de papá investidos con la autoridad de un peto fluorescente, la misa del gallo por mitines musicales, y el Cristo y su madre por Aznar y su señora.

Todo este aquelarre alcanza su punto álgido, su verdadera justificación, en la destilación que las fuerzas y medios convocantes y afines hacen del recuento del número de asistentes. La cifra deberá coincidir exactamente con la deseada y anticipada durante semanas o meses antes, y su demostración no requerirá más que del criterio de autoridad de quien la establezca. La consigna es que cada una de las convocatorias debe ser inexorablemente la manifestación más multitudinaria de la historia de España y lo contrario será condenado irremediablemente a la herejía. De esta manera empezamos a tener que tragarnos, atónitos, asistencias millonarias imposibles física y metafísicamente de aceptar, pero por lo visto moralmente necesarias pues estabamos ni más ni menos que ante el desarrollo de un plan escatológico por el que la pervertida y condenada España iba a recuperar , por obra y gracia de María y del Niño Jesús, las esencias enajenadas para restituirse de nuevo en faro de la Cristiandad. El último gran movimiento antiabortista habría, de este modo, logrado reunir a 2.000.000 de almas (Intereconomía), 1.500.000 (organizadores, Telemadrid, Libertad Digital), o 250.000 (policía); cifras todas ellas dadas sin cotas de error y, por tanto, científicamente insignificantes a parte de racionalmente inasumible (supondrían densidades de entre 40 y 20 personas por metro cuadrado).

He aquí que el chollo se les ha acabado a estos mentirosos compulsivos a raiz de un par de iniciativas de corte racionalista. La primera de ellas lleva por nombre "El Manifestómetro", y acometió la tarea de medir a pie de asfalto las verdaderas concentraciones de individuos por área así como su extensión para con ellas estimar indirectamente la horquilla de asistentes. La otra ha surgido últimamente de mano de la iniciativa privada y se hace llamar "Lynce". La metodología de ésta última es aún más certera pues no estima sino que cuenta una por una, mediante una aplicación informática de reconocimiento óptico, el número de cabezas existentes en imagenes cenitales de las concentraciones. Con la introducción de esta herramienta se inicia auténticamente el recuento significativo de asistentes por estar sus datos enmarcados en sus correspondientes márgenes de error, algo que los aspirantes a teólogos y seminaristas de los medios confesionales no podían contemplar al estar acostumbrados a manejar conocimiento infalible, ergo falso.

La conclusión ha sido devastadora: de los 2.000.000 invocados por los antiabortistas sólo se manifestaron 55.318 en la realidad. ¡36 veces menos! Para que se hagan una idea: si fuera producto del error habría sido equivalente a confundir un guisante con una sandía; lo cual significa que nada de error y sí mucho de sinvergonzonería. A esta indecente manipulación de los hechos lleva el fanatismo y el maquiavelismo ilimitado. Querían usar la democracia para sus intereses y para ello no se les ocurrió mejor manera que tiranizar a los números retorciéndolos a su antojo y capricho hasta el punto de la parodia.

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